Pensando que mi ama de casa era una derrochadora, fingí estar en bancarrota para darle una lección. Para mi sorpresa, esa noche trajo la cena a la mesa e hizo un anuncio que me dio escalofríos…
Soy un hombre de negocios y mi esposa, Priya , se queda en casa para cuidar a nuestros dos hijos pequeños.
Cada mes transfiero suficiente dinero, pero el mes pasado, cuando vi el informe de gastos, me hirvió la sangre.
¿Cómo demonios gastaste más de 50.000 rupias en leche, pañales y servicios? ¿Estás en casa cuidando a los niños y eres tan derrochador?
Priya no dijo nada, simplemente ordenó todo en silencio y se fue a dormir temprano con los niños.
Pensé: ¡Tengo que darle una lección para que aprenda a valorar el dinero!
Al día siguiente le envié un mensaje de texto:
El proyecto fracasó. Las deudas bancarias se acumulan. Podría… declararme en quiebra.
Silencio.
Ni una sola palabra de queja o reproche.
Tan solo unas horas después, Priya llamó:
Tú concéntrate en tu trabajo. Yo me encargo de las cosas de casa.
Sonreí en secreto: ¡Sí, veamos cómo te las arreglas sin mi apoyo financiero!
Esa noche, volví a casa.
La cena seguía esperando, los platos de siempre humeaban en la mesa. Mis dos hijos estaban sentados obedientemente, esperando a su padre.
Me sorprendió: ¿Aún lograba cocinar?
Priya de repente sonrió, trajo suavemente la bandeja de la cena a la mesa y anunció con calma:
Coman. Mañana, los niños y yo volvemos al pueblo de mis padres. Y esto…
Sacó de su bolsillo un fajo de títulos de propiedad , algunas facturas y una escritura de venta de terrenos .
Antes, cuando me enviabas dinero, no lo gastaba todo. Invertí en comprar un terreno en las afueras de la ciudad. Lo vendí y vale el triple de lo que pagué por él. Estaba ahorrando, pero como estás en apuros, aquí estás. En cuanto a mí y a los niños… ya no queremos ser una carga.
Me quedé sin palabras.
Mis manos temblaban mientras tomaba los papeles, incapaz de levantar la vista.
Resultó que la persona que yo despreciaba había estado cuidando en silencio de nuestra familia mejor que nadie.
Y yo, por mi orgullo masculino, por unas cuantas rupias, había puesto a prueba su lealtad.
Esa noche no pude comer mi cena.
Acabo de observar en silencio a mi esposa y a mis hijos durmiendo profundamente en la sala de estar… y las lágrimas corrían por mi rostro.
—Priya… soy yo quien necesita que le den una lección, no tú.