“Le cambié algo a la cartera de mi esposo y dos días después tartamudearon y admitieron la verdad…
Llevamos tres años casados. Mi esposo no es un hombre dulce, pero es constante en el trabajo y me da suficiente dinero para los gastos. No le pido mucho.
Hasta que llegó la nueva empleada doméstica, delgada y con los ojos siempre enrojecidos. No le pregunté sobre su pasado, solo sabía que la había recomendado mi suegra y que era ‘una pariente lejana’.
Un día, volví a casa temprano del trabajo. Al subir, vi a mi esposo hablando en voz muy baja con la empleada en un rincón de la cocina, y él le estaba dando algo. Ambos se voltearon, visiblemente nerviosos, pero yo fingí no darme cuenta.
Esa noche, abrí la cartera de mi esposo. Todavía tenía algunos billetes, una tarjeta de débito y… una nota de gastos que él solía escribir a mano. Lo extraño era una línea que decía: ‘3,000 pesos – Sra. T. embarazada.’ Me quedé helada. ¿Embarazada? Ni siquiera cuando yo estuve embarazada él me dio 3,000 pesos sin razón.
La trampa inesperada
Esa noche, cuando mi esposo dormía profundamente, tomé su cartera con cuidado. Saqué la nota de gastos y la reemplacé con un pañuelo de papel suave y delgado, en el que había escrito a mano con tinta roja: ‘Puedes amar a quien quieras, pero soy lo suficientemente inteligente como para saber quién está gestando el bebé de quién.’ Lo doblé con cuidado y lo puse en su lugar. Después de eso, ignoré todo y viví feliz como si nada hubiera pasado.
Dos días después, llovía a cántaros. Fingí irme temprano para un viaje de negocios, pero regresé inesperadamente al mediodía. La puerta de la casa estaba entreabierta. Desde afuera, escuché una voz que decía: – ‘Tengo mucho miedo, si tu esposa se entera…’ – ‘Lo escondí bien, no te preocupes.
Por cierto, ¿tomaste la nota que escribí el otro día?’ Empujé la puerta y entré. Los dos se sobresaltaron. Mi esposo miró fijamente la cartera que acababa de abrir, y el pañuelo con el mensaje en tinta roja estaba justo en medio de los dos.
La verdad revelada y la confrontación
Se quedaron pálidos. Él tartamudeó: – ‘No es lo que piensas…’ La empleada se cubrió la cara con las manos y lloró: – ‘Señora… lo siento… pero no lo hice a propósito. Solo… solo quería renunciar, para no causar más problemas…’ Me crucé de brazos, con calma: – ‘¿Qué problemas? ¿Quién está embarazada? ¿De quién es el niño?’ Mi esposo suspiró, con voz suplicante:
– ‘El bebé no es mío. Es de su exnovio, pero él la abandonó. Yo solo la compadecí y la ayudé con algo de dinero…’ Miré a mi esposo, con los ojos tan afilados como un cuchillo: – ‘Si era por compasión, ¿por qué le diste el dinero a escondidas? ¿Por qué no se lo dijiste a tu esposa?’ Él bajó la cabeza, en silencio.
Me dirigí a la empleada: – ‘No me importa de quién es el bebé. Pero dime la verdad, ¿por qué elegiste mi casa? ¿Por qué esto le pasa justo a una pariente lejana?’ Ella tembló, sacando un pedazo de papel de su bolsillo: – ‘Fue su mamá… ella me dijo que buscara trabajo aquí. Dijo que si me portaba bien y era obediente, se haría cargo de mí y de mi hijo para que tuviéramos un lugar seguro…’ Me quedé helada.
El desenlace: Una lección inolvidable
Esa noche, reuní a la familia. Mi suegra se sentó frente a mí, impasible: – ‘¿Qué hay de malo en ayudar a una mujer embarazada? Es joven y él tiene un corazón noble, ¡deberías estar feliz por tu esposo!’ Puse dos cosas sobre la mesa: – Un contrato de alquiler a nombre de la empleada, que yo ya había pagado por seis meses. – Y una carta de renuncia con la firma de la Sra. T. – ‘Le he rentado a la Sra. T. un lugar para que viva sola y le he comprado todo lo necesario para el bebé.
Quien quiera ayudar, que lo siga haciendo, pero que no me lo vuelvan a ocultar. Si vuelven a hacer algo a mis espaldas, no me importará la reputación de nadie.’ Me levanté, mirando a mi suegra y a mi esposo: – ‘De ahora en adelante, la cartera de mi esposo solo tendrá dinero… y honestidad. Si falta lo segundo, no se culpen cuando la siguiente cosa que vean en su cartera sea… una demanda de divorcio.'”