Después del funeral de su padre, fue obligada a marcharse… y su madrastra le arrebató todo… ¡pero su padre le dejó algo que nunca hubiera esperado!…
Tras el funeral, tuvo que irse —y su madrastra se apoderó de todo…— ¡pero su padre le dejó algo que ella jamás habría imaginado!…😲😲😲
Las ramas espinosas sobre el cementerio susurraban con el viento, sacudiendo las hojas secas de nim como advertencia. Arohi no se movió. Permanecía inmóvil con su delgada chal de lana, sus ojos fijos en aquella nueva tumba de tierra fresca, donde descansaba el último fragmento de su mundo.
Detrás de ella, se oían pasos sobre el lecho de grava helada del camino del cementerio, pero no volteó. Los murmullos se entrelazaban: en hindi, emociones huecas, simpatías escritas, un “lo siento mucho” y “tan joven”… todo sin sentido. Todo irrelevante.
—“Arohi, vámonos ya. No hagamos un espectáculo,” dijo una voz melosa, medida. No fría, pero hueca. Arohi reconocía ese tono: Shalini siempre había sido experta en mostrar preocupación.
Al fin, Arohi giró ligeramente. El rostro de su madrastra estaba parcialmente oculto tras un velo negro de encaje; Arohi sospechaba que ocultaba lágrimas. —“Es hora de irnos,” susurró Shalini, posando su mano enguantada con suavidad sobre el brazo de Arohi.
Arohi asintió con la cabeza en silencio. No tenía a dónde más ir. No ahora.
Pero conforme se dirigían al Ambassador blanco que las esperaba, un peso extraño invadió el pecho de Arohi: más allá del dolor. Ni demasiado fuerte, ni suave. Solo más pesado. Como si un hilo se hubiera cortado sin que ella lo notara.
El viaje a casa fue silencioso.
Cuando llegaron al viejo apartamento en el sur de Delhi, Arohi notó un ligero cambio. La cerradura olía diferente. El aire dentro parecía más frío que el que habían dejado afuera. Y entonces los vio: dos maletas en el vestíbulo, ya llenas.
No recuerda qué dijo ella, ni qué respondió Shalini. Solo sintió de repente una nauseabunda certeza: ese calor que una vez llamó “hogar” se había esfumado con su padre esa misma semana. No hubo conversación. Ni oportunidad de oponerse. Tampoco adiós para los álbumes de fotos familiares, cartas o viejos libros con memoria.
Después, allí sola en la calle silenciosa, se sentó en una maleta que no le pertenecía. El cielo invernal pendía sobre ella, el neblina como nieve cayendo sin aviso. Nadie pasó. Nadie preguntó.
Pero entonces… alguien lo hizo.
Una voz dijo su nombre —una voz que no escuchaba en años.
Y entonces empezaron a desvelarse secretos. No de dolor, sino de algo muy antiguo. Un secreto escrito no en susurros, sino en testamentos y cajas fuertes. Una verdad esperando, oculta tras rincones silenciosos y cajones cerrados. Una verdad forjada con amor y previsión… por aquel hombre que verdaderamente comprendió su corazón.
Aún no lo sabía… pero la historia no terminaba ahí.