Al verme salir de la casa de mi marido con las manos vacías, mi suegro me pidió que le tirara una bolsa de basura. Al llegar a la puerta y abrirla, me quedé sin aliento y mis manos temblaron al ver…
Mi marido y yo nos divorciamos después de cinco años de convivencia. Sin hijos, sin bienes a mi nombre, sin una sola palabra para que me quedara. Mi suegra se regodeaba, mi cuñada me miraba con desprecio. No pedí nada más que la ropa que llevaba puesta y salí en silencio por la puerta con mi bolso.
En ese momento, mi suegro —el hombre más silencioso de la casa— me llamó de repente:
—Ya que vas de salida… ¿puedes llevar esta bolsa hasta la esquina y tirarla por mí? Es solo basura.
Me giré y cogí la bolsa de plástico negra. Era muy ligera. Hice una última reverencia, diciéndome a mí misma que nunca miraría hacia atrás.
Pero al llegar a la esquina, no sé por qué mi corazón me dio un vuelco. Me detuve y abrí la bolsa para ver qué había dentro.
Me quedé petrificada.
Dentro no había basura.
En su lugar había:
- Una libreta de ahorros a mi nombre, con un saldo de 280 millones de dong.
- Un fajo de fotos antiguas mías con mi suegro, de cuando lo cuidé en el hospital.
- Y un pequeño trozo de papel, con una letra temblorosa:
“Sé que no eres tú la que se equivoca. Si alguna vez la pasas mal, vuelve a buscarme. No dejes que nadie te enseñe que ser una buena persona es una desventaja.”
Mis manos temblaron incontrolablemente, las lágrimas caían sin parar.
La única persona en esa casa que nunca me defendió abiertamente… era la que en secreto me amaba más.
Me di la vuelta para mirar la puerta cerrada. La voz de mi suegro resonó en mi cabeza, de la noche anterior, cuando toda la familia estaba en silencio:
—Algunas personas se van no porque se equivoquen… sino porque tienen demasiada razón. Pero vivir con la razón entre personas equivocadas… no deja lugar para la verdad.