“A una chica pobre le pidieron que cantara en la escuela de broma… ¡Pero su voz dejó a la sala sin palabras!

En un deteriorado parque de casas rodantes en las afueras de Lubbock, Texas, donde los techos de hojalata oxidada brillaban bajo el sol del sur, vivía una niña de 12 años llamada Sophie Lane. Todas las mañanas, Sophie se despertaba a las 5 a.m., no para jugar videojuegos o elegir ropa bonita como muchos de sus compañeros, sino para ayudar a su madre a limpiar la pequeña panadería donde trabajaban a tiempo parcial. Su madre, Joanne, era una mujer delgada pero fuerte que siempre decía: ‘No tienes que ser rico para vivir con amabilidad’.

Sophie no tenía muchos amigos. Su viejo uniforme escolar, remendado en las costuras, y sus zapatos gastados la convertían en un blanco fácil para las burlas en la Primaria Winslow. Por lo general, se sentaba en la última fila de la clase, callada, reservada, pero sus ojos marrones siempre guardaban algo profundo, como si llevaran canciones que solo se atrevía a tararear en su mente.

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Un lunes por la mañana, la voz del director crujió por el sistema de megafonía. ‘Bienvenidos a la Semana del Talento. Si alguien desea inscribirse para actuar, por favor, añada su nombre a la lista fuera de la oficina antes del miércoles.’ La clase se llenó de emoción. Algunos niños se jactaban de hacer bailes de TikTok. Otros planeaban tocar el piano o la batería.

Sophie permaneció en silencio. Pero esa noche, después de lavar los platos con su madre y escuchar un viejo casete que su madre había grabado con canciones de cuna años atrás, tomó un lápiz y escribió su nombre en un pequeño trozo de papel. Susurró: ‘Cantaré esa canción. Mamá, la que solías cantar cuando estaba enferma, Scarborough Fair’. Al día siguiente, se quedó quieta frente al tablón de anuncios fuera de la oficina de la escuela. Sus manos temblaban.

La lista ya era larga. Y luego, con una respiración profunda, escribió su nombre en la última línea. ‘Sophie Lane, canto’. Menos de diez minutos después, se escucharon risitas por el pasillo. ‘¿Sophie se inscribió para cantar? Debe ser un acto de comedia. Tal vez cante a través de una olla arrocera.’ Sophie escuchó cada palabra, pero no lloró. Simplemente bajó la cabeza y se alejó, agarrando el pequeño cuaderno donde había escrito cuidadosamente la letra con su letra inclinada.

Esa noche, su madre la encontró practicando sola en su habitación, su voz temblorosa pero tan clara como la primavera. Joanne abrió la puerta en silencio, no dijo nada y finalmente se sentó junto a su hija. ‘Sabes’, dijo suavemente, ‘una vez soñé con subir a un escenario, también’. ‘Pero luego la abuela se enfermó, y tuve que dejar la escuela para cuidarla. Nunca me arrepentí. Pero si pudiera verte subir a ese escenario hoy, ese sería el regalo más hermoso que jamás he recibido.’