El jefe de mi esposo vino a nuestra casa y me insinuó que debería divorciarme. Luego, hizo una propuesta inesperada.
En nuestra pequeña y acogedora casa, él y yo habíamos construido un hogar, una familia llena de amor. Diez años, diez años viviendo juntos bajo el mismo techo, superamos tormentas y dificultades. Él era un buen hombre, me amaba a mí y a mi hija, My. Llevábamos una vida sencilla, pero feliz. Yo pensaba que esa felicidad duraría para siempre.
Pero un día, nuestra vida se trastocó. Él, un hombre talentoso, fue ascendido en su trabajo. Su jefe, un hombre poderoso, le tenía mucho aprecio. Le insinuó que quería emparejarlo con su hija: una joven hermosa y capaz. Le prometió que, si aceptaba, él se encargaría de asegurarme a mí y a mi hija una vida mejor, una vida sin preocupaciones económicas.
Cuando me enteré, sentí un nudo en el pecho. Una sensación de inquietud me invadió. Lo miré a los ojos y vi en ellos confusión, incomodidad. Él me amaba, lo sabía. Pero también deseaba una carrera, un futuro mejor.
No lo culpé, no lo retuve. Solo le dije:
—”Piénsalo. La decisión es tuya.”
—”¿No estás enojada conmigo?”, me preguntó, con la voz temblorosa.
—”No estoy enojada. Solo quiero que seas feliz.”
—”¿No tienes miedo de que te deje?”
—”No tengo miedo. Confío en ti.”
Él guardó silencio. No dijo una palabra.
Los días siguientes viví en la espera. No sabía qué decisión tomaría. No sabía cuál sería el futuro para mi hija y para mí. No le mencioné nada más. Seguía cocinando platos deliciosos, cuidándolo como siempre. Pero dentro de mí, había una tristeza profunda.
Una noche, él me llamó para hablar.
—”Amor… lo siento.”
—”No tienes por qué disculparte. La decisión es tuya.”
—”No sé qué hacer.”
—”Sigue a tu corazón. Si decides irte, no te detendré. Pero si te vas, no regreses.”
Hablé con voz tranquila, pero por dentro, sentía un dolor inmenso.
Él me miró, y sus lágrimas empezaron a caer. Lloraba desconsoladamente.
—”No quiero irme. Te amo a ti y a nuestra hija.”
—”No digas más. Piensa bien. No te presionaré.”
Él se quedó en silencio, con las lágrimas corriendo por sus mejillas. Estaba atrapado entre su familia y su carrera.
No sé qué decisión tomará. Pero sé que, elija lo que elija, yo seguiré amándolo. Y sé que hice lo correcto. Le di la oportunidad de elegir. Le ofrecí la libertad de decidir sobre su propia vida. Y creo que esa es la única manera de encontrar nuevamente la paz en el alma.