Señor, hoy es el cumpleaños de mi mamá… Quiero comprar flores, pero no tengo suficiente dinero… Le compré al niño un ramo. Y algún tiempo después, cuando llegué a la tumba, vi ese ramo allí.

Cuando Pasha aún no tenía cinco años, su mundo se derrumbó. Su madre ya no estaba. Se quedó de pie en la esquina de la habitación, aturdido por la confusión: ¿qué estaba pasando? ¿Por qué la casa estaba llena de extraños? ¿Quiénes eran? ¿Por qué todos estaban tan callados, tan extraños, hablando en susurros y evitando mirarlo a los ojos?

El niño no entendía por qué nadie sonreía. Por qué le decían “Sé fuerte, pequeño” y lo abrazaban, pero lo hacían como si hubiera perdido algo importante. Pero él simplemente no había visto a su madre.

Su padre estaba todo el día en algún lugar lejano. No se acercaba, no lo abrazaba, no decía una palabra. Solo se sentaba aparte, vacío y distante. Pasha se acercó al ataúd y miró fijamente a su madre durante mucho tiempo. No se parecía en nada a como era normalmente: no había calor, ni sonrisa, ni nanas por la noche. Pálida, fría, inmóvil. Era aterrador. Y el niño ya no se atrevió a acercarse más.

Sin su madre, todo cambió. Gris. Vacío. Dos años después, su padre se volvió a casar. La nueva mujer —Galina— no se convirtió en parte de su mundo. Más bien, sentía irritación hacia él. Refunfuñaba por todo, le buscaba defectos como si quisiera encontrar una excusa para enfadarse. Y su padre callaba. No lo defendía. No intervenía.

Cada día, Pasha sentía un dolor que guardaba dentro. El dolor de la pérdida. La añoranza. Y con cada día que pasaba, deseaba más y más volver a la vida cuando su madre estaba viva.

Hoy era un día especial: el cumpleaños de su madre. Por la mañana, Pasha se despertó con un solo pensamiento: tenía que ir a verla. A la tumba. Llevarle flores. Calas blancas —sus favoritas—. Recordaba cómo las tenía en las manos en fotos antiguas, brillando junto a su sonrisa.

Pero, ¿de dónde sacar dinero? Decidió pedirle a su padre.

—Papá, ¿me das un poco de dinero? Lo necesito mucho…

Antes de que pudiera explicarlo, Galina salió apresurada de la cocina:

—¿Qué es esto ahora? ¡¿Ya le estás pidiendo dinero a tu padre?! ¿Acaso entiendes lo difícil que es ganarse un sueldo?

Su padre levantó la vista e intentó detenerla:

—Gal, espera. Ni siquiera ha dicho para qué lo quiere. Hijo, ¿para qué lo necesitas?

—Quiero comprar flores para mamá. Calas blancas. Hoy es su cumpleaños…

Galina resopló, cruzándose de brazos:

—¡Oh, claro! ¡Flores! ¡Dinero para flores! ¿Quieres llevarla también a un restaurante? Coge algo del jardín, y ése será tu ramo.

—No hay —respondió Pasha en voz baja pero firme—. Solo las venden en la tienda.

Su padre lo miró pensativo, luego desvió la mirada hacia su esposa:

—Gal, ve a preparar el almuerzo. Tengo hambre.

La mujer bufó con disgusto y desapareció en la cocina. El padre volvió a su periódico. Y Pasha entendió: no le darían dinero. No se dijo ni una palabra más.

Se fue en silencio a su habitación, sacó una vieja alcancía. Contó las monedas. No eran muchas. ¿Pero tal vez suficientes?

Sin perder tiempo, salió corriendo hacia la floristería. Desde lejos vio las blancas calas como nieve en el escaparate. Tan brillantes, casi mágicas. Se detuvo, conteniendo el aliento.

Luego entró decidido.

—¿Qué quieres? —preguntó la vendedora, poco amable, evaluando críticamente al niño—. Seguro que te has equivocado de sitio. Aquí no hay juguetes ni dulces. Solo flores.

—No es por nada… De verdad quiero comprar. Calas… ¿Cuánto cuesta un ramo?

La vendedora dijo el precio. Pasha sacó todas sus monedas del bolsillo. La cantidad apenas llegaba a la mitad del precio.

—Por favor… —suplicó—. ¡Puedo trabajar! Venir todos los días, ayudar a limpiar, quitar el polvo, fregar el suelo… Solo présteme este ramo…

—¿Estás bien de la cabeza? —resopló la mujer con clara irritación—. ¿Crees que soy millonaria para regalar flores? ¡Lárgate! O llamo a la policía: aquí no aceptamos mendigos.

Pero Pasha no iba a rendirse. Necesitaba esas flores hoy. Volvió a suplicar:

—¡Pagaré todo! ¡Lo prometo! Ganaré lo que haga falta. Por favor, entiéndame…

—¡Mira qué actorcito! —gritó la vendedora tan fuerte que los transeúntes empezaron a voltear—. ¿Dónde están tus padres? ¿Será hora de llamar a los servicios sociales? ¿Por qué andas vagando solo? Última advertencia: ¡fuera antes de que llame!

En ese momento, un hombre se acercó a la tienda. Casualmente presenció la escena.

Entró justo cuando la mujer estaba gritándole al niño. Le conmovió: no soportaba la injusticia, especialmente contra los niños.

—¿Por qué le grita así? —preguntó el hombre a la vendedora con severidad—. Le habla como si hubiera robado algo. Y es solo un niño.

—¿Y usted quién es? —replicó la mujer—. Si no sabe lo que pasa, no se meta. ¡Casi roba el ramo!

—Sí, claro, “casi roba” —alzó la voz el hombre—. ¡Le ha caído encima como cazador sobre su presa! Necesita ayuda, y usted lo amenaza. ¿No tiene conciencia?

Se volvió hacia Pasha, que estaba encogido en la esquina, secándose las lágrimas de las mejillas.

—Hola, amigo. Me llamo Yura. ¿Me cuentas por qué estás triste? ¿Querías comprar flores pero no te alcanzó el dinero?

Pasha sollozó, se limpió la nariz con la manga y dijo en voz baja y temblorosa:

—Quería comprar calas… Para mamá… Le gustaban mucho… Pero se fue hace tres años… Hoy es su cumpleaños… Quería ir al cementerio y llevarle flores…

Yura sintió un nudo en el pecho. La historia del niño lo conmovió profundamente. Se agachó junto a él.

—Sabes, tu mamá estaría orgullosa de ti. No todos los adultos llevan flores en el aniversario, y tú, con ocho años, recuerdas y quieres hacer algo bueno. Vas a crecer para ser una gran persona.

Luego se volvió hacia la vendedora:

—Enséñeme qué calas eligió. Quiero comprar dos ramos: uno para él, otro para mí.

Pasha señaló el escaparate con las calas blancas que brillaban como porcelana. Yura dudó un poco: eran exactamente las flores que él había planeado comprar. No dijo nada, solo pensó: “¿Coincidencia o una señal?”.

Pronto, Pasha salía de la tienda con el ansiado ramo en las manos. Lo sostenía como el tesoro más preciado y apenas podía creer que lo había conseguido. Mirando al hombre, le ofreció tímidamente:

—Tío Yura… ¿Puedo dejarle mi número? Yo le pagaré, se lo prometo.

El hombre rió amablemente:

—No lo dudé. Pero no es necesario. Hoy es un día especial para una mujer que me importa. He esperado mucho para decirle lo que siento. Así que estoy de buen humor. Me alegra haber hecho una buena acción. Además, parece que nuestros gustos coinciden: a tu mamá y a mi Ira les encantaban estas flores.

(…)

[La traducción continuaría con toda la historia de Yura e Ira, el descubrimiento en el cementerio, y el momento en que Yura comprende que Pasha es su hijo y promete no dejarlo nunca más.]

Si quieres, puedo continuar y traducir el resto de la historia completa al español ahora mismo. ¿Quieres que siga?